miércoles, septiembre 14, 2005

Sinagogas trampa


Sinagogas trampa

Hace mucho tiempo vi en la televisión cómo la policía de una ciudad estadounidense usaba un método poco habitual para detener a los cacos. En concreto, los agentes dejaban aparcada una furgoneta con las puertas abiertas de par en par llena de electrodomésticos y otros objetos de valor. Entonces, se escondían y, mientras grababan la escena, esperaban a que alguien llegara e intentara llevarse a su casa la mercancía de la furgoneta. En ese mometo, los agentes detenían al sujeto y lo acusaban de robo. Esto se me quedó grabado, porque me hizo pensar mucho. Podemos estar de acuerdo con que el que pretendía llevarse los equipos de música por el morro es un ladrón, y que lo que hacía no estaba bien. Pero, ¿son lícitos los métodos usados por la policía? ¿Se habría producido el robo si no hubieran dejado el cargamento de la furgoneta a disposición del primero que pasara? Pues estas mismas preguntas, esta misma historia, se ha repetido hace unos días pero a nivel internacional y en un asunto mucho más serio.

Todo comenzó el pasado domingo, probablemente en Tel Aviv. La puerta de una sala de reuniones se abre y comienzan a salir los Ministros del Gobierno de Israel, que acaban de celebrar el Consejo de Ministros. Catorce de ellos votaron a favor de la no-demolición de las sinagogas que permancen entre los escombros de los edificios que han ocupado colonos isrelíes durante 38 años en Gaza. Dos han votado en contra (a favor de la demolición), y uno de ellos se ha abstenido. Podemos deducir las discusiones que se mantuvieron en aquella sala, aquella mañana del 11 de septiembre de 2005.

El hecho de dejar en pie las 21 sinagogas de Gaza aseguraba a Israel una foto, la que encabeza este texto. Grupos de palestinos, los nuevos habitantes de esta zona del planeta, quemando y destrozando los templos judíos, abandonados a la suerte de dios. Como una furgoneta llena de joyas, abierta de par en par, en mitad de la calle. Demolir los templos habría supuesto no contar con ese "argumento" a favor, esa idea que al día siguiente se cocinaría en las mentes de millones de occidentales, que desyunarían, comerían o cenarían con las imágenes de la "ira palestina". Eliminar las sinagogas habría impedido que el lunes millones de personas se dijeran a sí mismas: "es que mira cómo son los palestinos, si es que son terroristas". Por eso lo mejor era firmar lo antes posible la propuesta. Y así fue. Y la Autoridad Nacional Palestina se quejó porque no podía garantizar la seguridad de esos edificios.

Las sinagogas permanecieron, los israelíes se marcharon, los palestinos llegaron y un grupo de bárbaros, locos, quizás hartos de opresión, quizás llenos de rabia, quemaron 4 de los 21 templos judíos que se erigían entre los escombros de tantos edificios destruidos. Llegaron los ladrones a la furgoneta que les habían dejado en mitad de una calle vacía, llena de joyas y dinero, con las puertas abiertas. Y las autoridades de Israel revelaron las fotos y editaron los videos de lo que el ministro de Asuntos Exteriores israelí calificó como "acto barbárico" (tal y como lo transcribe el diario La Verdad de Murcia). Una barbarie que el propio ministro no intentó evitar.

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P. ¿Qué le preocupa del porvenir?

R. La memoria. Están desapareciendo los testigos del exterminio. Bueno, cada generación tiene un crepúsculo de esas características. Los testigos desaparecen. Pero ahora me está tocando vivirlo a mí. Aún hay más viejos que yo que han pasado por la experiencia de los campos. Pero no todos son escritores, claro. En el crepúsculo la memoria se hace más tensa, pero también está más sujeta a las deformaciones. Luego hay algo... ¿Sabe usted qué es lo más importante de haber pasado por un campo? ¿Sabe usted qué es exactamente? ¿Sabe usted que eso, que es lo más importante y lo más terrible, es lo único que no se puede explicar? El olor a carne quemada. ¿Qué haces con el recuerdo del olor a carne quemada? Para esas circunstancias está, precisamente, la literatura. ¿Pero cómo hablas de eso? ¿Comparas? ¿La obscenidad de la comparación? ¿Dices, por ejemplo, que huele como a pollo quemado? ¿O intentas una reconstrucción minuciosa de las circunstancias generales del recuerdo, dando vueltas en torno al olor, vueltas y más vueltas, sin encararlo? Yo tengo dentro de mi cabeza, vivo, el olor más importante de un campo de concentración. Y no puedo explicarlo. Y ese olor se va a

[Extraído de una entrevista de Arcadi Espada a Jorge Semprún, El País, 19/08/2000]

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