jueves, diciembre 07, 2006

Guerra en los confines de la parrilla


Guerra en los confines de la parrilla

Anoche estuve viendo la televisión hasta tarde y me encontré con dos de esos concursos que ponen de madrugada para que, a base de llamadas y mensajes de móvil, las cadenas ingresen euros “a cascoporro”, como dirían en La hora chanante (¡chanante!). El primero de ellos es Buenas noches y buena suerte. El título del programa copia el de la
película estrenada hace poco y dirigida por George Clooney. En ella se contaba la historia de Edgard R. Murrows, un periodista estadounidense de los años 50 que denunciaba en su programa de televisión la persecución política llevada a cabo por el senador republicano Joseph Mc Carthy contra la izquierda americana. Murrows despedía siempre su programa con la expresión: “Buenas noches y buena suerte”. Usando este título, y más para un programa como este, Antena 3 “ensucia” un poco la significación que había hecho célebre a esta frase.

En el programa, dos presentadores (un chico y una chica) explicaban el juego. El espectador tenía delante una margarita. En cada pétalo había una sílaba y en el centro de la flor, en un círculo amarillo, había otra sílaba. El participante tenía que componer una palabra con tres sílabas poniendo la sílaba del centro de la flor en el centro de la palabra. El esquema era: pétalo-círculo de las inflorescencias-pétalo. Y sin repetir pétalo. [Lo de las inflorescencias he tenido que buscarlo ¿alguien sabe cómo se llama el centro de la flor de una margarita?] El presentador ponía un ejemplo con una palabra que tuviera en el centro la sílaba que esa noche ocupaba el centro de la margarita: “Saludo” Y repetía, por si no quedaba claro: “Sa-lu-do”. Al empezar el programa habían puesto un contador de euros en marcha y la cantidad subía muy deprisa. Cuando habían pasado 3 minutos ya habías sacado “vo-lu-men”, “so-lu-ble” y “di-lu-vio”. El teléfono del programa echaba chispas (los ingresos subían mucho más rápido que el contador del premio) pero seguían esperando y esperando a que la cifra aumentara para dar el premio. En un momento de ese tedioso rato en el que repiten los números de teléfono y el método para mandar los mensajes desde el móvil, el presentador dijo algo así como: llama y llévate tu premio, “que aquí sí que sabes lo que te llevas y no como en otros sitios”.

Que mal sonaba eso. En ese momento puse Telecinco y me encontré con Aquí se gana. En este concurso, una chica narraba cómo una cantidad enorme de billetes, dispuestos sobre una cinta transportadora, como la de las cajas de los supermercados, caía en un cajón de metacrilato, transparente. Lo narraba como los locutores de la radio narran los encierros de San Fermín. Ponía especial énfasis cuando aparecía un billete de 500 euros y, sobretodo, cuando éstos caían al cajón. Como habréis descubierto el premio eran todos los billetes que hubiera en el cajón cuando entrara la llamada ganadora. ¿Qué tenía que hacer la perona cuya llamada fuera seleccionada? Muy fácil: decir una palabra que contuviera la letra “o”. Aquí no hacían falta tres minutos para dar con una solución. Era tan fácil que la propia palabra “solución” ya era una solución. En fin.

Efectivamente, lo que había dicho el de Antena 3 era un “recadito” y en el programa de Telecinco no podías saber por cuánto estabas jugando al llamar. De hecho, alguna vez, la presentadora se arrodillaba delante del cajón y empezaba a remover los billetes mientras lanzaba cálculos al aire: “aquí hay mil... dos mil… ¡más de dos mil euros! ¡No sé cuánto habrá aquí!”. Unos cálculos que, se supone, debían animar al espectador a participar. Pero de vez en cuando la cifra se hacía oficial y aparecía un rótulo en la pantalla donde se leía: “¡Más de 5.000 euros para repartir!”. La presentadora comentaba la “noticia” y desvelaba la baza del programa Aquí se gana: “somos el programa que más dinero reparte en sus premios”, dijo la presentadora. Recadito devuelto.

En ese momento, mi nivel de idiotez era tan elevado como para haber perdido más de media hora viendo esta basura, pero no tan vergonzantemente elevado como para perder ni un solo euro llamando al programa. Por temor a que el nivel de idiotez siguiera elevándose, y con él mi cuenta del teléfono, decidí apagar la televisión. Algo que debería haber hecho mucho antes de enterarme de que la “guerra de medios” se libra hasta en los últimos confines de la parrilla televisiva.
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Las chicas son chicos raros...

“Es verdad que las chicas quitan mucho tiempo. Pero aún así debo comentar (en contra de lo que dicen los adultos) que son misteriosamente iguales a nosotros y diferentes entre sí. Además mi hermano me ha dicho que no todas las guapas son tontas ni las feas son listas y eso complica más el asunto. Las chicas son chicos raros que a veces hacen cosas muy raras, sin embargo también tengo amigos que las hacen y no me parece tan sorprendente. Lo que me sigue llamando la atención es que les sigan gustando los hombres... Analizando mi experiencia no he tenido ni mucha ni ni poca suerte con ellas, aunque decir analizando, experiencia, mucha, poca, suerte y ellas no sean las palabras más adecuadas”.

Fernando Bellver, Tengo algo en la cabeza,
Ellago Ediciones

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