Años Nuevos
Años Nuevos
-Hoy empieza Año Nuevo, ¿sabes? -suspiraba ella, vehemente, anhelosa, menos embriagada con la realidad que embebecida en la esperanza-. Año nuevo, vida nueva... ¿Verdad que sí?¿Verdad que no volverán días como esos del año pasado, tan largos, tan fríos, tan horrorosos? ¡Ese año maldito tuvo lo menos dieciocho meses! ¡Anda, dime que no volverán!... Vida nueva...
-¡Vida nueva! -repitió él, festivamente, ayudando, con gentil desmaña, a desceñir el elegante corselete de terciopelo rosa que rodeaba el talle de su mujer...
A la mañana siguiente, Ángela despertó antes que la doncella abriese las maderas: ardía aún la lamparilla tras los vidrios de colores que protegían su luz, y en tibio ambiente quedaban indefinibles rastros de la emoción, de la ventura pasada. Ángela miró a su alrededor; se vio sola; y seria, reflexiva, sacudiendo el sueño, se incorporó sobre el codo. «Unas horas felices, sí; ¡pero después!... Él se reía; ¡cómo se reía con aquello de vida nueva!... ¡Pobre de mí! No hay que soñar... Hoy empieza un año que será lo mismo que el otro... Hice mal en estar tan cariñosa... ¡Bah! Si el caso volviera a presentarse..., ¡estaría lo mismo! Año nuevo, ¡embustero!, me has engañado.
Extraído de Vida nueva, de Emilia Pardo Bazán.
-Hoy empieza Año Nuevo, ¿sabes? -suspiraba ella, vehemente, anhelosa, menos embriagada con la realidad que embebecida en la esperanza-. Año nuevo, vida nueva... ¿Verdad que sí?¿Verdad que no volverán días como esos del año pasado, tan largos, tan fríos, tan horrorosos? ¡Ese año maldito tuvo lo menos dieciocho meses! ¡Anda, dime que no volverán!... Vida nueva...
-¡Vida nueva! -repitió él, festivamente, ayudando, con gentil desmaña, a desceñir el elegante corselete de terciopelo rosa que rodeaba el talle de su mujer...
A la mañana siguiente, Ángela despertó antes que la doncella abriese las maderas: ardía aún la lamparilla tras los vidrios de colores que protegían su luz, y en tibio ambiente quedaban indefinibles rastros de la emoción, de la ventura pasada. Ángela miró a su alrededor; se vio sola; y seria, reflexiva, sacudiendo el sueño, se incorporó sobre el codo. «Unas horas felices, sí; ¡pero después!... Él se reía; ¡cómo se reía con aquello de vida nueva!... ¡Pobre de mí! No hay que soñar... Hoy empieza un año que será lo mismo que el otro... Hice mal en estar tan cariñosa... ¡Bah! Si el caso volviera a presentarse..., ¡estaría lo mismo! Año nuevo, ¡embustero!, me has engañado.
Extraído de Vida nueva, de Emilia Pardo Bazán.
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- En el comedor habíamos quedado cuatro convidados, a más de Minna, la hija del dueño de casa; el periodista Riquet, el abate Pureau, recién enviado por Hirch, el doctor y yo. A lo lejos oíamos en la alegría de los salones la palabrería usual de la hora primera del año nuevo: Happy new year! Happy new year! ¡Feliz año nuevo!
El doctor continuó:
- ¿Quién es el sabio que se atreve a decir esto es así? Nada se sabe. Ignoramus et ignorabimus. ¿Quién conoce a punto fijo la noción del tiempo? ¿Quién sabe con seguridad lo que es el espacio? Va la ciencia a tanteo, caminando como una ciega, y juzga a veces que ha vencido cuando logra advertir un vago reflejo de la luz verdadera. Nadie ha podido desprender de su círculo uniforme la culebra simbólica.
Extraído de El caso de la señorita Amelia, de Rubén Darío.
El doctor continuó:
- ¿Quién es el sabio que se atreve a decir esto es así? Nada se sabe. Ignoramus et ignorabimus. ¿Quién conoce a punto fijo la noción del tiempo? ¿Quién sabe con seguridad lo que es el espacio? Va la ciencia a tanteo, caminando como una ciega, y juzga a veces que ha vencido cuando logra advertir un vago reflejo de la luz verdadera. Nadie ha podido desprender de su círculo uniforme la culebra simbólica.
Extraído de El caso de la señorita Amelia, de Rubén Darío.
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Érase una vez un muñequito de nieve y los niños de la casa le estuvieron poniendo las cosas como la bufanda y los botones de ojo y la zanahoria de nariz. Y cuando llega la primavera el muñeco de nieve se detruyó.
Escrito por Irene, alumna de 1ºB del C.P. Princesa Sofía de Minglanilla (Cuenca).
Escrito por Irene, alumna de 1ºB del C.P. Princesa Sofía de Minglanilla (Cuenca).
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Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las mejillas, y la boca sonriente... Muerta, muerta de frío en la última noche del Año Viejo. La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver, sentado, con sus fósforos, un paquetito de los cuales aparecía consumido casi del todo. "¡Quiso calentarse!", dijo la gente. Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había subido a la gloria del Año Nuevo.
Extraído de La niña de los fósforos, de Hans Christian Andersen.
Extraído de La niña de los fósforos, de Hans Christian Andersen.
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Navidad tardó en llegar. Me regalaron dos mallas iguales, dos remeras y un gorro para la playa. Y ningún autito nuevo. Yo pensé que me iban a regalar un autito de carrera para la arena, que era lo que más necesitaba; pero yo ya me había enterado en el colegio que el de los regalos no era Papá Noel, sino los parientes. Entonces tenía que mostrarme contento con esos regalos que me habían dado. Para mí esos no eran regalos, porque igual alguien me compraba esas cosas. Me acuerdo que mi mamá, cuando yo era más chico, siempre me llevaba a comprar esas cosas.
Salimos en el auto de mi tío al día siguiente de la noche de Año Nuevo, justo cuando habían salido todos los otros que iban de vacaciones a las playas, porque "la ruta estaba imposible", decía mi tía, que siempre le echaba la culpa a mi tío por el tráfico, por el calor, por todo.
Extraído de 22 cuentos asimétricos más una historia de amor a mi manera, de Martín Coria.
Salimos en el auto de mi tío al día siguiente de la noche de Año Nuevo, justo cuando habían salido todos los otros que iban de vacaciones a las playas, porque "la ruta estaba imposible", decía mi tía, que siempre le echaba la culpa a mi tío por el tráfico, por el calor, por todo.
Extraído de 22 cuentos asimétricos más una historia de amor a mi manera, de Martín Coria.
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La del 31 de diciembre de 1958 fue una noche como otra cualquiera en el Tropicana. Bajo la mirada de águila de su propietario, Martin Fox, los empleados del club daban la bienvenida a hombres y mujeres elegantemente vestidos que caminaban desde los Cadillacs hacia el cabaret de moda. Enseguida, la pista de baile bajo las estrellas se transformó en un escenario y comenzó el espectáculo. La noche de fin de año se festejó con el compás de un mambo entre el sonido de los corchos del champán y un chisporroteante número de baile interpretado por las fabulosas chicas del Tropicana. Pero en ese preciso instante, el dictador Fulgencio Batista estaba embarcando en un avión, dejando la isla a la guerrilla de Fidel Castro.
Extraído de Tropicana Nights, de Rosa Lowinger y Ofelia Fox.
Extraído de Tropicana Nights, de Rosa Lowinger y Ofelia Fox.